viernes, 25 de marzo de 2011

La Virgen de las Lagrimas en Siracusa, Sicilia


Dos jóvenes esposos, Angelo Iannuso y Antonina Giusto, se han instalado en su nueva casa de la calle degli Orti, en un barrio «rojo» de Siracusa, la antiquísima ciudad portuaria al sur de Sicilia. Es el 23 de marzo de 1953 y al principio todo parece marchar muy bien. Pero la luna de miel pasó veloz, y algo muy grave sacude la quietud de aquel nuevo hogar. En efecto, Antonina comienza a manifestar disturbios de naturaleza neurológica, los cuales complicarían su gestación —era el sexto mes— amenazando la vida de la criatura por nacer.

Los síntomas presentados por la paciente eran crisis convulsivas, pérdida de la palabra, de la capacidad visual y también de la conciencia. Un cuadro patológico peculiar, que levantaría muchas sospechas y haría aún más sorprendente y maravilloso lo que ocurriría el 29 de agosto de 1953… De hecho, aquel día, luego que el marido salió a trabajar en el campo, Antonina se acostó al final de una de sus crisis. Eran las 8:30 de la mañana. De repente, sus ojos fueron alcanzados por una luz fulgurante y se volvieron hacia el cuadro de yeso de la Santísima Virgen, representando al Corazón Inmaculado de María, que le habían dado como regalo de matrimonio y que estaba colgado en la pared, en la cabecera de su cama. De los ojos de la imagen estaban brotando dos gruesas lágrimas, que fueron seguidas de otras dos y de muchas otras más.

Al comienzo, la joven gestante imaginó que se trataba de una alucinación, efecto de su estado de enfermedad. No obstante, al constatar que las lágrimas escurrían con intensidad y frecuencia cada vez mayores, no teniendo fuerzas para levantarse, llamó a gritos a sus familiares: “¡Vengan… Vengan a ver el cuadro de la Virgen que llora!” Los parientes acudieron, pudieron ver la imagen en llanto y ante aquel conmovedor fenómeno, se pusieron también ellos a llorar…

Con la velocidad del rayo, la noticia corrió por toda la calle degli Orti y se esparció a través de todo el barrio de fama tristemente izquierdista, haciendo confluir una multitud de curiosos y de fieles que se apiñaban para constatar, con sus propios ojos, aquel extraordinario acontecimiento. Pero no quedó apenas en eso: para felicidad y conmoción de todos, estando la lacrimación en un flujo seguido, pudieron humedecer sus pañuelos y copos de algodón para conservar las primera reliquias de aquella pungente escena.

Debido al enorme flujo de gente, el cuadro del Inmaculado Corazón de María fue colocado en el balcón que daba a la calle. Allí, mientras las mejillas de la imagen continuaban siendo regadas por aquel precioso líquido, había un ambiente sereno pero filial: nadie gritaba frenéticamente anunciando el milagro, nadie se agitaba, nadie estallaba en tempestades emotivas… Analizando ese equilibrado comportamiento social, el Profesor Giuseppe Marino, neuropsiquiatra de fama internacional y especialista en patologías nerviosas, especialmente en las que se refieren al campo místico-religioso, declaró: “Las presuntas ‘alucinaciones’ eran vistas concretarse en una realidad palpable, representada por la fluida cascada de perlas que, como quedó demostrado después en los diversos laboratorios de análisis clínicos, eran lágrimas en las cuales se notó la presencia de agua destilada, cloruro de sodio y partículas infinitesimales de sustancia proteica” —elementos que constituyen una lágrima humana.

El prodigioso llanto se prolongó, con intervalos irregulares, durante cuatro días. Y, así, se pudieron contar por miles los testigos provenientes de todas las categorías sociales y de varias nacionalidades, porque la prensa local difundió enseguida lo ocurrido, atrayendo inmediatamente la atención de la prensa italiana y, como un reguero de pólvora, también a la extranjera. Al mismo tiempo, aficionados al cine de todo el mundo filmaron impresionantes secuencias de la lacrimación, las cuales hoy están reunidas en una colosal recopilación realizada por el P. Sbriglio, con la supervisión técnica de Sony.

Mientras tanto, el arzobispo local, Mons. Ettore Baranzini, juzgó mejor prohibir momentáneamente a sus sacerdotes, religiosos y monjas aproximarse al lugar del prodigio. Además, pidió orientaciones a dos peritos en la materia —el Cardenal Schuster y el P. Gemelli—, aparte de encargar a personas de su entera confianza el reunir todos los elementos (inclusive algunos testimonios bajo juramento) para la redacción de un informe fidedigno a ser enviado al tribunal eclesiástico competente. También debía hacer parte de este dossier el parecer de una conspicua comisión médica constituida por catorce miembros, incluyendo al Dr. Michele Cassola, conocido por su agnosticismo religioso. El veredicto unánime de la misma señalaba que se trataba, efectivamente, de “lágrimas humanas”.

En aquellos días, Don Giuseppe Tomaselli, un sacerdote salesiano de Catania, ciudad próxima a Siracusa, después de haber dado poca importancia al hecho noticiado por los periódicos, cambió de idea y resolvió ir personalmente al lugar donde ocurrían aquellos portentos. La imagen milagrosa ya había sido instalada en la plaza vecina a la calle degli Orti, para poder abarcar a la multitud de peregrinos que venían a pedir —¡y cuántos lo obtenían!— las curaciones del alma y del cuerpo. El sacerdote acompañó y presenció tales y tantas gracias allí concedidas, que resolvió escribir sobre esos hechos un libro muy detallado al cual dio el título de Historia de Nuestra Señora de las Lágrimas, que pasó a ser una de las mejores obras de consulta sobre este prodigio mariano. He aquí algunas líneas:

Hace dieciocho meses, el Sr. Vincenzo Aricò había perdido la vista y divisaba apenas unas sombras. Él acostumbraba sentarse junto al zaguán de la puerta y para retornar al interior de la casa lo hacía a tientas, apoyándose en la pared. Para ir de un lado a otro de su cuarto necesitaba de la ayuda de su esposa. Al llegar a Siracusa, para bajar del carro tuvo que ser auxiliado. Rezó en la calle degli Orti e inmediatamente quedó curado de la vista. Yo quise interrogarlo: “¿Cómo fue que Ud. recuperó la vista?”

– “¡De repente! Pero yo había rezado, y esta mañana, antes de venir aquí, recibí la comunión con mi mujer”.

Por la tarde, él vino a pasear conmigo y, al verlo caminar con aquella serenidad, yo pensé: ¿quién habría de reconocer en este hombre al ciego de esta mañana?…

Fui a visitar al Sr. Caruso Giuseppe, vecino de la calle Zia Lisa 236. De sus propios labios tuve conocimiento de lo siguiente: “Quince años atrás, me vi obligado a usar un bastón para poder caminar. Cinco años después, tuve que recurrir a dos bastones. Habiendo oído hablar de las curaciones realizadas por la Virgen, fui en automóvil a Siracusa. Allí presencié la curación de un ciego; mi hora aún no había llegado. Por la tarde regresé a Catania. Mientras descansaba, sentí una fuerte aguijonada en el tórax; después de un instante, sentí otra. Pensé para conmigo: ¿Será que la Santísima Virgen está queriendo darme la gracia? Quién me lo concediera… Y no presté más atención al asunto”.

“Al día siguiente, a eso de las once de la mañana, mientras estaba sentado en el cuarto, frente a una copia de la imagen de Nuestra Señora de las Lágrimas, al notar que el pabilo de cera estaba con la llama muy débil, pensé encender la lamparita de aceite. Sin reflexionar sobre mi incapacidad de moverme, fui al otro cuarto, cogí la botella de aceite, encendí la lamparita y repuse la botella en su lugar. Para hacer todo eso no había utilizado los bastones. Caí en mí y pensé: ¿Será que me sané? Comencé a pasear sin apoyo alguno y di unos gritos de alegría. Fue un día de peregrinación en mi casa… Todos los que llegaban querían verme caminar y cuando llegó la tarde ya estaba muy cansado. Había ido a Siracusa un sábado, y al sábado siguiente regresé a fin de llevar mis bastones a la Virgen”.

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